Cuando pensamos en familia, lo primero que puede venir a nuestras mentes es un grupo de personas que comparten un apellido… descendientes de una persona, y miembros de un inmenso árbol genealógico.
Muchas veces creemos que el apellido nos define, si eres buena gente, si tienes mal humor, si eres orgulloso, rencoroso, luchador, trabajador, inteligente o el adjetivo que sea, se lo atribuimos al apellido.
Pero lo cierto es que la familia es impuesta por nacimiento, naces dentro de esa familia, nadie lo pide y por ende, no siempre vas a llevarte bien con ciertos o todos los miembros de tu familia. Sin embargo, tus amigos tu los escoges, son tu familia escogida, es por ello que muchas veces sentimos más simpatía con una persona extraña a la familia, por alguien con otro apellido. Muchas veces también, esa familia escogida está más para ti que la gente con tu mismo apellido, para apoyarte, escucharte y ayudarte en lo que necesites.
No puedo negar que esa situación sea triste, porque uno siempre espera que la gente con tu mismo apellido, que muchas veces no merece ser llamada familia, porque lo único que realmente comparten es eso, el apellido, no esté allí para ti cuando más lo necesites. Esa gente que esta llena de resentimiento, juicios, envidia, hipocresía, orgullo, competencia absurda de quién es mejor que quién, esa gente que dice estar en pro de la unión familiar cuando sus actos demuestran todo lo contrario, esa gente que vende a su familia por dinero o fama.
Una familia unida y feliz es lo más preciado que pueda haber en esta sociedad; una familia que luche unida por un ideal, que el amor sea más grande que los problemas, conflictos o diferencias que puedan haber, porque simplemente no todo el mundo es igual ni piensa parecido.
Yo lucho constantemente con un resentimiento producto de todos los desaires de los que he sido víctima, pero precisamente lucho o eso trato, porque creo en el poder de una familia unida. Aunque debo confesar que pierdo fuerzas en esta lucha, porque cada día que pasa, pienso en si vale la pena, si ya la familia no está demasiado contaminada de hipocresía y resentimiento, si ya más nadie quiere luchar, si ya no han sido muchos los golpes recibidos, si en verdad vale la pena hablar, porque nadie quiere escuchar y todo el mundo quiere ser escuchado, porque todo el mundo critica errores pasados pero nadie hace nada por enmendarlos y cambiarlos, porque el orgullo es más grande que cualquier otra razón.
Creo que ya me venció esta lucha, hoy cuelgo los guantes y sigo con mi vida.
Con cariño,
Yo